lunes, 1 de agosto de 2011

¡Nunca digas que te dejó él!

¡Qué bonito es el amor! Precioso. Hasta que se tuerce...
Siempre comenzamos una relación ilusionadas. Pensando que: ¡éste sí, es el definitivo! Con él podríamos pasar la vida entera. Podríamos envejecer y morir juntos, después de haber vivido plenamente, disfrutando de nuestro amor, formando un hogar, criando a nuestros hijos, viendo crecer a nuestros nietos. Pensando en como les contaremos nuestro romance...
Todo en él es maravilloso. Vemos sus defectos como virtudes. Vivimos en el país feliz, en la casa de gominola en la calle de la piruleta...Pero...poco a poco, vamos viendo como esa casa de gominola va caducando. La calle de la piruleta empieza a desquebrajarse, y empezamos a destruir nuestro país feliz con reproches. Esos defectos que hicimos virtudes se convierten en algo odioso. Pero somos incapaces de dialogar, de decir que ese sentimiento primerizo ha dejado de existir, y seguimos destruyendo ese mundo perfecto que nuestra imaginación e ilusión crearon en su momento. Nos falta el valor para afrontar que ya no hay solución, que todo lo que empieza, acaba. Y así se va deteriorando nuestra vida. Vamos cayendo en una rutina que no debería existir. Hasta que un buen día, él te dice: “Lo siento, pero no podemos seguir así. Esto se ha acabado. Necesito tiempo.” Y es en ese momento cuando olvidas esos reproches, y de repente, ese amor primerizo vuelve a resurgir de sus cenizas, aunque en el fondo sepas que no es así, que es todo una ilusión óptica proyectada por el miedo, ese miedo al cambio, que nos atormenta. Nos vemos incapaces de afrontar que nuestra vida sentimental vuelve a empezar de cero, aunque ignoramos que lo hacemos con matrícula de honor en nuevos comienzos. Tiene que pasar el tiempo para que comprendamos que en el fondo, nos ha hecho un favor. Y cuando por fin pasa ese tiempo prudencial, y te das cuenta de que es así, que tienes que darle las gracias por haber tomado las riendas de una situación en la que a ti te faltó valor, llega alguien, que se cree entendida en amores y desamores y te dice una frase que jamás pensaste escuchar: “¡Nunca digas que te dejó él! La batalla siempre tenemos que ganarla nosotras.” Y te quedas pensando en: “¿Cómo se puede ser tan tonta?¿Acaso esto es una guerra?¿De dónde ha salido este personaje?” Y en ese momento te sale el valor y le respondes: “Sí, me dejó él. Tengo que agradecérselo. Me hizo un favor.” Y te das la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. Sabiendo que en la guerra de las relaciones todos salimos siendo ganadores. Y que en la guerra con semejante “barbie distorsionada” también has salido ganando, porque tú has afrontado la realidad, has vencido a ese miedo al cambio, y ella...ella siempre vivirá engañándose, ella siempre perderá esa batalla contra el miedo al cambio, porque eso es lo que más le atormenta.

...Fuiste, y lo importante ha sido eso, que es pasado aunque me quejo...Ni te extraño ni te siento...